Cuando estaba pequeña siempre que íbamos “al otro lado” (USA) como decimos acá en mi bella tierra, me emocionaba mucho ir a comprar chácharas y regresar llena de papeles de colores, pinceles y crayones. Sin embargo, había algo mucho muy poderoso por el cuál me gustaba ir de compras y pasar un poco más de 4 horas en la parte trasera del viejo pick up de mi papá. Ese motivo se llama Doughboy by Pillsbury. ¡LO AMO!
Han pasado los años y no deja de ser mi botarga favorita, cada que puedo busco productos de Pillsbury sólo para verlo impreso en las cajas y empaques de la marca y sinceramente, no puedo evitar hacer un tonto “ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy” seguido de un gesto de ternura, en el que cierro los ojos y recuerdo la parte de los comerciales donde le pican su blanca panzita y hace “yujuuuum” ¡ayyyy es tan tierno!
Y es que honestamente, el Doughboy es lo que me provoca: ternura, tanta, pero tanta, pero TAN-TA que le gana a cualquier gesto de puchero que me haga cualquier hombre, o el ver a una tortuguita que pretende llegar a la orilla del mar o incluso los piesitos de cualquier bebé recién nacido. El Doughboy es ternura 100% pura. ¡Y qué nadie me alegue!
Hace un par de años, una vieja amistad me regaló un mini Doughboy de cartón que al oprimirlo ¡Suena como el del comercial! ¡No saben! ¡Es de los mejores regalos que he recibido! Cuando ando de genio o he tenido un mal día puedo tomar el Doughboy, oprimirlo y el “yujuuuuuuum” hace que pueda olvidarme por escasos segundos de todo lo malo que me he pasado.
En fin, en lo que encuentro a alguien a quien picarle la panzita y que me haga el mismo sonido, el Doughboy será el objeto más tiernamente bello que yo haya conocido.
Diana
p.d. mataría por traer su sonrisa de rigtone