"Deja de pensar en que tu príncipe azul va a llegar por ti montado en un lindo corcel blanco. Que vestirá de capa y portara una espada para protegerte de los males de este planeta. Ya deja de esperar a encontrar el final feliz en el que se supone que todos deberíamos de ser protagonistas".
Un amigo me dijo eso, y me hizo pensar… ¿príncipe azul? No me jodas, ya estoy grande para ese tipo de pseudos-adjetivos hacia lo que el amor “ideal” debe o no de ser. Sin embargo, como buena amante del color me quedé un momento pensando en el concepto “azul” y sin necesidad de lamer un sapo alucinógeno u otro tipo de alterador de la conciencia, me mal viajé un instante y comencé a visualizar mentalmente de qué color me gustaría que fuera la persona con la que voy a invertir mi tarjeta-tiempo-de-débito.
Al principio lo vi en colores verdes, los de una persona de ideas frescas e innovadoras, que le gustara la naturaleza, los animales y salir de paseo. Luego en tonos anaranjados, en el que fuera una persona llena de energía, que me encandilara con su presencia, que me acompañara en diferentes amaneceres y en muchos atardeceres. Inmediatamente lo comencé a ver en tonos amarillos, en el que era una persona cítrica, creativa y analítica. Después lo imaginé púrpura, centrado y con visión, con grandes ambiciones y deseos, con mucha seguridad y una infinita paz interior. Lo imaginé en tantas escalas de colores, incluso pude imaginármelo en tonos apagados como el café y los grises, en el que superaba los malos momentos, aprendiendo de ellos, enfrentando y resolviendo diferentes adversidades. Lo pude ver de color rojo, lleno de poder, de coraje, de decisión y de mucha fortaleza. También lo ví color rosa fucsia, atrevido, espontáneo, alegre, divertido y vanidoso, y me gustó en ese tono. Lo ví en todas las gamas de colores, pero no lo pude ver en azul. Quizás sea porque no espero la perfección en una persona, quizás sea porque hace mucho que la idea de lo “ideal” dejó de ser precisamente eso: lo ideal y yo ya no espero nada como lo azul que dicen que deben y deberían ser los hombres.
Al meditar esto me puse a pensar… ¿De qué color me gustaría que fuese? Y me respondí: Tornasol. Quiero que sea tornasol y que cuando yo esté a su lado, le sirva de luz y que junto a mí me proyecte todos los colores que conforman su persona. Que sea tornasol, porque así poseerá todas las cualidades de los colores en el que lo imaginé. En todas las gamas de naranjas que me indican una enorme belleza en su exterior que a su vez tiene un ser interior hermoso como lo es el hombre que ví de púrpura. Si mi hombre fuese tornasol, lo iba a querer con sus etapas en café y en grises. Estaría con él en los días verdes, en los amarillos, en los rojos y en los rosados.
Yo si creo que los azules pueden existir, siempre y cuando vengan debajo de una fina capa de color tornasol, que me haya mostrado con anterioridad todas las facetas de su persona, en las que se encuentren tanto el lado bueno, como el lado malo de la supuesta perfección del amor y de su aclamado representante: el invisible príncipe azul.
Diana